En enero de 1874, el naturalista inglés Charles Darwin asistió en Londres a una sesión espiritista junto al antropólogo Francis Galton y la novelista George Eliot, entre otros.
Saltaron chispas, hubo golpes en las mesas y elevación de sillas, pero para entonces el autor de 'El origen de las Especies' se había ya marchado y calificaría luego la experiencia de "fatigosa", lo que explica que no quisiese volver a repetirla.
Once días más tarde, enviaría en su lugar a su hijo, George, y al biólogo Thomas Henry Huxley, que le informaron de que los 'médiums' habían recurrido a trucos, lo cual le llevó a escribir que lo ocurrido en aquellas sesiones no era otra cosa que "impostura".
Con esas escenas comienza el libro 'The Immortalization Commission', del filósofo y pensador político británico John Gray, conocido por obras traducidas como 'Perros de Paja' o 'La Misa Negra' en las que retrata a la humanidad como "una especie voraz" dedicada a borrar otras formas de vida del planeta.
En su nuevo libro (Allen Lane, Penguin Books), Gray señala la búsqueda por las élites de dos sociedades muy distintas, la victoriana y la bolchevique, de algún tipo de inmortalidad tras los descubrimientos de la ciencia que condenaban a la humanidad a la visión de una especie, la propia, destinada a la extinción.
"Ése era el mensaje del darwinismo (...) y como la mayoría había renunciado a la religión, recurrieron a la ciencia para escapar de ese mundo que la propia ciencia había revelado", escribe el autor.
Así surgió en la Inglaterra victoriana un movimiento resuelto a descubrir con ayuda de la ciencia las pruebas de que "la personalidad individual" no acaba con la muerte física sino que la sobrevive.
En ese esfuerzo participaron destacados pensadores como el filósofo utilitarista Henry Sidgwick o el naturalista Alfred Russsel Wallace, pionero, junto a Darwin, de la teoría de la selección natural.
Entre ellos estaban también el político conservador y primer ministro británico (1902-1905) Arthur Balfour, uno de los presidentes de la Sociedad de Investigaciones Psíquicas, fundada en 1882 en Londres por el citado Sidgwick, William Henry Myers, inventor del concepto de 'telepatía', entre otros.
Sus miembros creían en la posibilidad de estudiar científica y objetivamente los fenómenos paranormales y la actividad de algunos de sus miembros llenó páginas y páginas de supuestas comunicaciones con los muertos en lo que se calificó de "correspondencias cruzadas", mensajes muchas veces incomprensibles, recibidos a través de médiums, sobre todo por la vía de la escritura automática.
Su locura condujo a la idea, llevada a la práctica, de concebir una especie de nuevo mesías, científicamente programado, mediante la unión extraconyugal de una médium, la sufragista y delegada británica de la Sociedad de Naciones Winifred Coombe-Tannant, y un político 'tory' (conservador), hermano de Arthur Balfour.
Lejos de cumplir la misión de liberar a la humanidad del caos que se le había encomendado, aquel 'mesías' trabajaría en el espionaje británico antes de convertirse a la fe católica y acabar sus días como monje.
De modo paralelo a lo que ocurría en la Inglaterra victoriana, en el otro extremo de Europa, la Rusia posrevolucionaria, muchos pensaban que la humanidad lograría un día vencer a la muerte gracias al poder, que creían infinito, de la ciencia.
En páginas de apasionante lectura, Gray cuenta los viajes a Rusia del novelista H.G. Wells para conocer a su colega Gorky y al líder revolucionario Lenin, y cómo allí se enamoró perdidamente de una rusa llamada Moura Budberg que había sido secretaria y amante de Gorky y de un diplomático británico, entre otros.
Wells, que comenzó un darwinista optimista, se vio obligado a aceptar, como escribe Gray, que la "minoría inteligente" en la que había depositado todas sus esperanzas no existía y la humanidad estaba abocada a la desaparición, sustituida tal vez por alguna otra especie como los insectos inmunes a las mortíferas epidemias humanas.
No pensaban así, sin embargo, los llamados "constructores de Dios", corriente de pensamiento de la nueva URSS, de la que formaron parte inicialmente tanto Gorki como el teórico Anatoli Lunacharsky, quien escribió que Dios no había nacido aún sino que "se está construyendo, Dios es la humanidad del futuro".
Otros, como el físico Konstantin Tsiolkovski, considerado como el pionero de la astronáutica soviética, creían que el camino hacia la inmortalidad pasaba por la exploración interplanetaria: "El progreso es eterno y no se puede dudar de la obtención de la inmortalidad", sostenía.
Todo esto ocurría, nos cuenta Gray, mientras en los laboratorios especiales creados por la Cheka se experimentaba con presos del Gulag venenos para su uso en la guerra biológica o morían millones de kulaks (agricultores rusos propietarios) en la colectivización forzada de la agricultura bajo Stalin.